Si les preguntáramos a mamás y papás qué quisieran para su hijo o hija, seguramente casi todos responderían: “que sea feliz”, seguido de cosas como “que tenga salud”, “que no le pase nada malo”, “que nunca le falte nada”, “que se convierta en un ser independiente”, etc. Por supuesto que todos queremos la felicidad para nuestros hijos, pero, ¿exactamente qué es la felicidad y cuál es el concepto que tenemos de ella que queremos aplicar para nuestros críos?
Primero, partamos de que cada quien tiene un concepto distinto de la felicidad, como nos dice la psicoterapeuta y educadora sexual Priscila Tirado Navarro, con quien platicamos sobre el tema y nos dejó muy claro que “felicidad no es cumplir todos los berrinches del niño solamente para tenerlo tranquilo. Felicidad no es quitar límites y disciplina (al contrario, eso les guía y les da seguridad). Felicidad no es llenarlos de juguetes o dulces para compensar la falta de tiempo o ganas de estar con ellos. La felicidad no es un regalo que se le pueda dar a los niños, es una forma en que se les enseña a vivir”.
Tomemos este principio básico y de ahí partamos para construirla: “la felicidad en la niñez se da cuando sus necesidades físicas, biológicas, emocionales y sociales son cubiertas y están en armonía”.
¿Esto qué significa? Que puedan crecer en un ambiente agradable, de respeto, en el que experimenten y aprendan a través del juego, pero al mismo tiempo en donde se le brinden límites y contención.
La felicidad no es un regalo que se le pueda dar a los niños, es una forma en que se les enseña a vivir.
Los padres como impulsores de la felicidad
Los primeros objetos de amor del niño son los padres, después entrarán en escena los hermanos y la familia extensa; por ello, somos los papás quienes le mostraremos primeramente el mundo a nuestros niños, matizado, por supuesto, por la forma en que lo percibimos.
Mamás y papás estamos a cargo de satisfacer sus necesidades, de cuidar su salud, de proveerles de una alimentación adecuada, de jugar con ellos y de ayudarlos a entender sus emociones. Por eso es que “este primer vínculo abre paso a las futuras formas de relacionarse y de ampliar esos momentos de felicidad en otros contextos y con otras personas, ya sea en la escuela con amigos o en casa de los abuelos”, nos dice la especialista Tirado Navarro.

Teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo podemos encaminar a nuestros hijos hacia su felicidad? Acá algunas ideas que nuestra experta comparte para poner en marcha desde ya:
- Escucha lo que tienen que contarte: sus alegrías, sus dudas, sus problemas, sus temores y permíteles expresar sus emociones. Trata de empatizar con ellos.
- Bríndales todo el tiempo posible (y que sea de calidad) para jugar con ellos, para hacer su tarea, para comer juntos, simplemente para estar con ellos.
- Muestra interés en sus actividades, en sus juegos, en sus gustos, etc.
- Ayúdalos a contener sus impulsos y a poner límites.
- No dejes que sean testigos de las discusiones con tu pareja, ni los pongas en medio.
- Dales guía y acompañamiento pero, al mismo tiempo, déjalos explorar y aprender por su propia cuenta.
Ser feliz tiene sus ventajas
Un niño feliz podrá desarrollar recursos internos que le permitan afrontar los problemas sin tanta frustración y resolverlos.
Un niño feliz tendrá repercusiones positivas en el grupo social en el que se desenvuelva.
Que un niño sea feliz ayudará a su propia salud mental y emocional.
Un niño feliz será capaz de descubrir y desarrollar sus talentos.
Un niño feliz sonríe, explora, juega, expresa sus emociones, muestra curiosidad por el mundo que lo rodea y busca compartir eso con las personas que le rodean.
Esto es felicidad y en nuestras manos está encaminar a nuestros hijos hacia ella.